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sábado, 19 de febrero de 2011

Virgem louca, loucos beijos, Dalton Trevisan



Traducción libre : Virgen loca, locos besos
Año de publicación : 1979
Año de la presente edición : 1980
Editora : Record
Género : Cuento


Nuevamente los personajes de estos seis relatos son esas personas comunes del día a día, María y João, que podrían ser de cualquier lugar pero, como en todo relato de Dalton Trevisan (1925) las historias están situadas en su Curitiba natal.

Con una prosa tan directa y precisa, y diálogos tan fríos y punzantes Trevisan nos devela una sórdida Curitiba, donde no imaginamos que aquella persona amable que conocemos tan sólo de vista pueda ser capaz de cometer actos bajos e inmorales.
Como en “Orgía de sangue” (“Orgía de sangre”), donde mientras los hijos están en la escuela la madre se hace un cachuelo, echándose un polvo de aquellos, por supuesto con alguien que no es el marido; chamba es chamba. También en “O beijo puro na catedral do amor” (“El beso puro en la catedral del amor”) donde estamos ante el encuentro furtivo de la señora –quien extraña los días de farra- con el amante, y con los hijos al lado. Aquí se alternan los lloriqueos de los bebés con los gritos y gemidos de la madre. En “O baile do colibrí nu” (“El baile del colibrí desnudo”) João, preocupado porque la “desgraciada” de María lo enjuició por pensión alimenticia, se verá envuelto en un caso policial por ser pillado en una fiesta, especie de mini-orgía, con una menor de edad. En “Mais dores, mais gritos” (“Más dolores, más gritos”) João no olvida a María, a pesar de irse con una rubia oxigenada pero veinteañera, y regresa a su antigua casa y a su antigua mujer, invirtiéndose el orden, siéndole infiel a la amante con la ex mujer. Aunque María reniega, siempre sus puertas están abiertas para él. En “O quinto cavaleiro do apocalipse” (“El quinto caballero del apocalipsis”) João, semi-desnudo, con las bolas al aire (al estilo de “el abuelo” de El día de la bestia”, de Álex de la Iglesia), como cansado de la vida, recordará el pasado y confesará los males que le aqueja sentado ante André quien lo visita; João está esperando su hora. Trevisan nos presenta en este relato a un João diferente al de los otros cinco relatos; éste cita a Jesús, Sócrates, es conocedor sobre la Ley Aúrea y la Princesa Isabel I quien la instauró, e incluso le adjudica al personaje una frase de Rimbaud, cuando espeta: “Mierda para Dios”.

El relato que abre es el que da título al libro, siendo también el más extenso, pudiendo ser una nouvelle. En “Virgem louca, loucos beijos” (“Virgen loca, locos besos”) Trevisan degrada a María hasta el punto de reducirla a un esperpento humano. Mirinha, seducida y ultrajada a los quince años por su jefe João, éste casado y padre de cuatro hijos, verá cómo su vida se va como por un desaguadero. Al quedar embarazada es llevada para practicarse un aborto ilegal, quedando al descubierto por la madre, una pacata y religiosa mujer quien la expulsa de casa y le quema sus pertenencias. João desenvolverá una obsesión por María al punto de querer asesinarla en un ataque de celos, previa tortura física y psicológica. El relato es crudo, no sólo en los trechos de violencia física explícita sino también en los diversos coitos que esta pareja mantendrá a lo largo de la historia. María, al igual que su hermana Lilí, también expulsada de su casa (la madre tiene una peculiar manera de corregir a sus hijas), entrará a la prostitución, y se volverá alcohólica. Su deformidad no será tan sólo moral, sino también física, siendo consciente ella de cómo la vida la ha tratado, al verse al espejo y no reconocerse. Cuando decide abandonar a João y tanto el personaje como el lector creeremos que su vida se encaminará aparecerá Zezé, una lesbiana quien también se obsesiona por María. Le será difícil salir de ese infierno.

Algunos de los personajes se repiten en los relatos (como Lilí, la hermana de María, y el doctor André), no llegando a ser una continuación; no es un todo segmentado en seis partes, sino seis relatos independientes.

A pesar de la tristeza que pueda dar el destino de los personajes hay espacio para el humor en la trama, un humor muy ácido, con el cual Trevisan nos muestra los problemas existenciales humanos de sus paisanos curitibanos. Las frases cortas y mordaces tanto en los diálogos de los personajes como del narrador omnisciente parecen ser el sello característico en la obra del curitibano Dalton Trevisan.




Orgía de sangre

- Traje la revista.
- ¿Quién te la dio?
- Aquel señor. Ya te dije. ¿Quieres ver?
- Bien juntitos.

Admirando página por página.

- Mira que rico.

Bebe el whisky y aprecia las bellezas.

- Esas posiciones las conozco todas.
- ¡Mira! ¡Qué barbaridad! Virgen santísima…
- ¿Nunca lo hiciste? Con dos es tan rico. Ni imaginas.
- ¿Tienes alguna amiga?
- ¡Por Dios! Ahora soy casada.
- Pucha…, mira. Qué confusión. ¿Cómo pueden?
- Dame un sorbo más.

Primero bebe y luego responde.

- Qué pena. Acabó.

Ella le muerde el cuello.

- Ahora es nuestra vez.

Ya abre el cierre del pantalón.

- Espera.

Dos vueltas a la llave. Cierra la cortina. Abre el sofá.

- Así es mejor.

Desnudo y de medias negras.

- Virgencita… Olvidé el calzoncito.

De malla blanca, hace una bola y lo tira debajo del sofá.

- Quédate de zapatos. Me gusta verte con tacos altos.
- ¿Todo blanquito eh?

Mejor no, el peligro de estar ante el horrible pezón negro.

- Déjate el brasier.

De pronto, el besito furtivo en la boca, sólo uno.

- Quiero ver esa lengüita de lagartija.

Por entre la ropa dispersa ella alcanza la revista.

- Ve espiando.
- Espera. Mi cabeza está fuera del sofá. Arrímate más allá.
- Caramba, igual al viejo dragón de San Jorge.

Con un ojo en la revista, otro en ella.

- ¿Por qué?
- Porque escupe fuego
- ¿Cuál de las dos te gusta más?
- ¿Sólo dos? Mucho más que dos. ¿Quieres ver?

Se exhibe de frente, sentada, de espaldas, de rodillas, ya ni sé.

- Ay…, que buena mano. Bendita…
- Detente. Detente con eso.
- …
- Más despacio.

La revista, olvidada en el suelo.

- ¿Ahora, mi ángel?

Ella es la dama y el sota de los naipes del Kama Sutra.

- Mira, cómo es quietecito.
- Ahora, bueno.
- ¿Y aquí? ¿Ya salió sangre?

Babea el cuello para defenderse del beso en la boca.

- Haz que vibre mi ángel. Ay, qué rico.
- Un poco más puto. Rásgame.
- …
- ¡Más! Ponlo todo. ¡Mátame!
- …
- Lo que puedas. Sácame sangre… Golpéame… Reviéntame… ¡Más! Ay…, que muero.
- …

De rodillas, ella agarra el dinero debajo del sofá.

- ¿Nada más? ¿Ni una más?

Todo vestido, extiende dos billetes sobre la mesa.

- No tengo. ¿Cómo aprendiste?
- Por ahí. En la vida.
- ¿Fue con André?
- Con ése no. Creo que tiene vergüenza. Me vio niña. Sólo me descuenta cheque. ¿Sabes, el de dos millones? Di para uno. Él pasó para otro. Y cayó en las manos del agiotista.
- Ahora estás perdida.
- ¿No quieres ser mi aval?
- Pobre de mí. ¿Tienes algún amor?
- Quien tenía se murió.
- ¿De niña nadie te agarró?
- Recuerdo que tenía cinco años. Mi mamá iba a buscar agua.
- ¿No había agua en casa?
- Sólo de pozo. Para beber ella traía del tubo. Me dejaba sentada en una sillita. Yo me quedaba abanicando al abuelo. Con un abanico de cartón. Él tenía falta de aire. Estaba en las últimas.
- ¿Y qué hacía él?
- Ahogado usaba una bombita, que envidiaba. Sufría por no ser asmática. ¿Ya viste? Cuando murió me dejó esa bombita. Hasta ahora la tengo.
- No pregunté por eso.
- ¿Sólo piensas en eso eh?
- Anda, cuenta.
- Pasión fue la del viejo Pedrinho. Era jubilado. Me perseguía por la ciudad. De cada esquina salía atrás mío.
- ¿Dónde eran los encuentros?
- En la pensión de Teteia.
- ¿Te gustaba él?
- Me daba todo lo que yo pedía. Setenta y tres años. Yo, en la flor de los diecisiete. Casado con una mujer sin quijada. La hija loca y encerrada en el altillo.
- ¿Tu mamá nunca desconfió?
- Sólo una vez ella me dijo: Pedrinho es un viejo sucio.
- ¿Qué hacía él?
- Era gordo. Siempre bufando. No llegaba a ... Me pedía: Cuenta. Cuando eras niña. Cuenta. Tú y Ditinha. Cuenta angelito. Yo repetía lo que él me enseñaba. De repente a los gritos: Ahora mi ángel, ahora. Tan cansado estaba que necesitaba dormir, hasta roncaba. No podía agacharse. Yo le ponía los zapatos. Pobrecito de mi abuelito, ¿Sabes que se murió?
- ¿Y el de la revista quién es?
- Un señor muy diferente. Pulcro. Viudo.
- ¿Te gustan los viejos?
- Siempre que necesito él me ayuda.
- ¿Tu marido no desconfía?
- No, por Dios.
- ¿Los hijos son de él?
- ¿Quién puede saber mejor que yo? Después del segundo yo volví a salir. Antes no podía arriesgarme.
- ¿No hay peligro?
- Quien habló de mí bien que pagó. Si mamá comienza, yo le digo: Calma mamita. ¿Pero tú pararías? Ni ella. Y eso con un sólo diente.
- ¿Aquí adelante?
- Ya le dije: No se queje mamita. Es dolor aquí, dolor allí. Me hace pasar cada vergüenza. Cuando ella mastica…
- Con el último canino.
- … yo volteo la cara. Una porque no sale de la ventana. Otra porque se pinta demás. ¿Eso sí ve la señora, no? Y todavía se queja de que está ciega. Mire que Dios castiga.
- ¿Qué tipo de hombre te gusta?
- Muchachos no. Sólo hombres hechos.
- ¿Cómo yo?
- Yo te quiero mucho. ¿Sabes que Dios castiga? Todas las que hablaban de mí. Vea a la hija del doctor. Me despreciaba. ¿Y en qué acabó? El marido no sale del bar. El hijo con una pedrada en el ojo. ¿Te acuerdas de Odete? Tanto habló, y ahora mire. Corriendo atrás del paraguayo. ¿Existe mayor holgazán? ¿Y Lili? Toda puritana. ¿Y ahora? En los brazos del sargento. Allá en el banco de la plaza. Desnuda debajo del sacón. ¿Vio cómo no sirve hablar?
- ¿Y tu marido en la cama?
- Pobre de mí. Cada uno en su esquina.
- ¿Nada más?
- Soy perseguida por una doctora.
- No me digas.
- De terno. Cabello corto. Voz gruesa. Se dejó crecer el bigote.
- ¿Y el maridito sabe?
- Ahora voy a encontrarlo. Ay…, ya me atrasé.

Los hijos en el colegio.

Tres besitos en la cara. Afligido, hasta la revista se olvidó.

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